Dicen que la energía no muere, si no que se transforma. Pues yo, empiezo a
pensar que hay vinos que son pura energía. No creo, que haya una sensación mas
intensa, que degustar 100 años de historia, dejar que acaricie tu garganta un
siglo de vida, y sentir como esa energía, calienta tu alma.
Lo bonito de abrir una botella tan vieja, es que no sabes con lo que te vas
a encontrar, la sorpresa, viene cuando te encuentras con un vino entero, con
fuerza aromática y con ganas de explicarte, todo lo que ha pasado durante este
tiempo, te ofrece aromas mentolados, que te explican que la Cabernet Sauvignon, formo parte de su cuerpo, la infusión de café, te dice la complejidad aromática, que ha ido transformando y concentrando, la ciruela pasa, te muestra la belleza que un día
tubo y que ahora sus arrugas esconden, y esa sensación terrosa que da la hoja de tabaco, que muestra, la evolución que
una fruta seguiría, hasta convertirse en tierra.
En boca la acidez y el tanino, todavía tienen ganas de jugar, en un
recorrido fino pero firme, manteniendo cierta golosidad en su paso y ese mismo
final terroso, que se mantiene con la sabiduría de la vejez pero con espíritu
joven.
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